Llevo seis días aterrado con el grado de manipulación e injusticia que ha quedado de manifiesto con el caso de los titiriteros. Aterrado. No lo puedo definir de otra manera. Aterrado porque por un momento hemos vuelto a aquellos años de dictadura en los que una obra de ficción era motivo para ser apresado. En este caso, si Franco levantara la cabeza, aplaudiría hasta con las orejas.
Pero eso no es lo que más me aterra. No. Me aterra mucho más que haya ciudadanos que compren ese discurso oficial, manipulado y tan manido de la derecha, de que en la obra había apología del terrorismo y, por ende, a veces de forma velada, aprueben la detención de los titiriteros.
No voy a entrar a explicar los motivos por los que en el espectáculo en cuestión no había apología terrorista por mucho cartel de “Gora Alka-ETA” que hubiese como parte de la función. Esto ya lo explican divinamente Nacho Escolar y Juan Diego Botto en sus respectivos, y de obligada lectura, artículos.
Lo que sí voy a decir es que, como ciudadanos democráticos e inteligentes que doy por hecho que somos, deberíamos ser capaces de informarnos de la realidad de los hechos, acudiendo a diferentes fuentes, así como tener raciocinio suficiente para distinguir entre qué es delito y qué no. Y sobre todo, no permitamos que el poder nos convierta en marionetas que mueven sus cachiporras en la dirección que nos marcan los hilos.
Estos días lo he visto más claro que nunca. Al final, las marionetas éramos nosotros.
Imagen | Marc Nadal, de su cortometraje ‘Marionetas‘.