“Lo único que hace falta para morirse es estar vivo“. Me pregunto cuántas veces le escuché a mi padre decir esa frase en mis 31 años de vida. Muchas. Muchísimas. Hace relativamente poco también empezó a decir esta: “Cuando la gente no tiene nada que hacer, coge y se muere“. Argumentaba también muy a menudo que el negocio más rentable era montar una funeraria, con lloronas de alquiler incluidas. Lloronas vestidas de negro que, a los pies del féretro, cumplieran su papel durante el velatorio por un módico precio.
Todo esto lo decía entre risas. Con esas risas que te protegen del miedo.
Hace algo más de un mes y medio que se fue y son a estas frases a las que me aferro cada vez que la lucidez me llega y la realidad me pisotea los riñones. Procuro reírme yo también, como él mismo haría. Como lo hizo en la UCI cuando hace dos años le operaron del corazón y todas las enfermeras salían riéndose de sus disparates.
Me siento muy orgulloso de sus risas. Sobre todo de las que sacó en los momentos más difíciles. Y sonreír es el mejor homenaje que se le puede hacer. Sonreír todo el tiempo.
Gracias, papá, por ser todo un ejemplo a seguir.
Simplemente gracias.
No puede haber mejor terapia que sonreír, sonreír hasta que te duela la tripa y tus ojos se llenen de lágrimas, de lágrimas de felicidad!!! 🙂
“comienza el día con una sonrisa, y luego…SUPÉRALA!!!”
🙂 🙂 🙂
Qué bonito Javier! Cuanta gente hay que no disfruta cada momento siendo consciente de podrían ser los últimos (y a veces me incluyo). Aunque pensar en ello podría suponer no disfrutar del todo… será cuestión de edad! 😉
Pienso que los que se van con una sonrisa, se van satisfechos de su paso por la vida!