A menudo solemos creer que aquellas personas que han vivido situaciones de mucho sufrimiento se convierten automáticamente en seres llenos de bondad que se dedican a repartir amor y que tratan de evitar que otros vivan lo mismo que ellos. Pero mucho me temo que esta creencia es totalmente errónea. Que te quede claro: haber sido víctima no te impide ser verdugo.
Ojalá haberlo pasado mal en algún momento de nuestra vida fuese garantía de ejemplaridad. Este mundo estaría lleno de buenísimas personas. Y ojo, no es que tampoco esté lleno de malas personas. Lo que ocurre en realidad es que todos tenemos nuestras luces y nuestras sombras y no estamos exentos de hacer daño a los demás.
Es habitual ver cómo el niño que en casa recibe malos tratos, luego en el colegio es un auténtico matón o de adulto es un marido y padre que también maltrata. Tampoco es extraño encontrarse con esa persona a la que han roto el corazón y a la que han sido infiel, que después rompe el corazón y es infiel a sus parejas de manera sistemática.
No hay que olvidar a ese empleado víctima de mobbing que cuando llegar a ser jefe ejerce las mismas estrategias de manipulación y maltrato sobre sus subordinados. Al final, en estos casos, se aprenden y asumen como normales determinados comportamientos que se terminan poniendo en práctica.
Por supuesto, también hay quien aprende la lección y se esfuerza por no convertirse en aquello que tanto dolor le ha provocado. A fin de cuentas, no se puede generalizar.
Víctimas de bullying por homofobia
Muchos gais hemos sido de pequeños víctimas de bullying precisamente por nuestra orientación sexual. Se nos ha insultado, se nos ha dejado de lado e incluso se nos ha agredido físicamente como resultado de la homofobia del entorno.
Me encantaría poder decir que este infierno nos ha convertido en gais adultos llenos de tolerancia y capaces de respetar al prójimo tal y como nos hubiera gustado haber sido respetados. Y en parte sí. Somos muchos los gais que estamos concienciados y que trabajamos por la igualdad y libertad de las personas LGTB+, pero a la vez esos mismos gais (sí, los mismos) actuamos en ocasiones como auténticos verdugos.
El motivo está claro. Los gais recibimos tantos mensajes negativos sobre la homosexualidad, que finalmente acabamos interiorizando esa homofobia de la que somos víctimas. De este modo, gracias a la homofobia interiorizada, rechazamos muchos aspectos relacionados con nuestra orientación sexual, tanto en nosotros mismos como en los demás.
Así, casi sin darnos cuenta, nos convertimos en verdugos por partida doble y vamos rechazando y despreciando a aquellos gais que se salen de lo que consideramos adecuado. Y aquí entra prácticamente todo: la pluma, el exceso o la falta de músculos, la edad, la raza y un larguísimo etcétera.
Adquiere conciencia de cómo te comportas
¿Qué podemos hacer ante esto? Muy sencillo: adquirir conciencia de los comportamientos que llevas a cabo. Puede ser que no te estés dando cuenta de lo que en realidad estás haciendo y de las repercusiones que conllevan tus actos. Por eso, es muy importante que te pares a reflexionar y analices si en tu día a día o con determinadas personas te estás comportando como un verdugo. Sé honesto con esta búsqueda. No sirve de nada cerrar los ojos ante la realidad.
Una vez que tengas identificados estos comportamientos y las personas sobre las que los ejerces, trata de averiguar de dónde te vienen. ¿Quién se ha comportado así contigo en el pasado? ¿Alguien de tu entorno se portaba de esta manera?
Tras ello, recuerda cómo te hacía sentir a ti y aplica la empatía. Ten en cuenta que esos mismos sentimientos los estás provocando tú en otras personas.
Por último, no te juzgues y sé comprensivo contigo mismo. Al final, estás siendo víctima de víctimas. Lo que debes hacer es tomar la decisión de romper esta cadena y empezar a trabajar para comportarte de otra manera. Comprenderte no es sinónimo de justificarte. Es tu responsabilidad tomar cartas en el asunto para convertirte en la mejor versión de ti mismo.
¡Ánimo y a por todas!
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