Son muchos los gais que salen del armario para meterse directamente en el gimnasio. Esto, de entrada, podría tener una lectura positiva, ya que hacer ejercicio suele ser bueno para la salud, pero la realidad es que en muchos casos, ir al gimnasio esconde detrás mucho sufrimiento.
Este verano ha habido en Twitter mucho debate sobre los cuerpos normativos y la gordofobia, en relación con la sociedad en general y también con los homosexuales. No cabe duda que todos, con indiferencia de nuestra orientación sexual, vivimos en una sociedad en la que se nos marcan unos cánones de belleza muy específicos.
Si bien los hombres heteros no están tan presionados por este tema, entre los gais estos cánones están muy definidos, hasta tal punto que vivimos una presión estética bastante similar a la que sufren las mujeres. En concreto, parece que se nos impone una hipermasculinización con grandes músculos bien trabajados, donde la delgadez, la gordura y la pluma no terminan de ser aceptados, llegándose a darse casos de auténtica discriminación. Eso sí, hay excepciones. Sin ir más lejos, dentro del colectivo gay está el de los osos, en el que tener unos kilos de más está totalmente aceptado.
Mi relación con mi cuerpo y el gimnasio
Hace unos días compartí esta foto en mis redes sociales. Es de hace justo diez años. Como puedes ver, estaba muy delgado (siempre lo he estado), tanto que la delgadez fue una gran fuente de complejos durante mi adolescencia.
Pues bien, cuando me hice esta foto, llevaba ocho años yendo al gimnasio con el objetivo de ganar masa muscular. A estos ocho, hay que sumar otros diez más. Sí, llevo 18 años sin faltar a mi cita casi diaria con las mancuernas y unos cuatro haciendo dieta para ganar volumen.
En mi caso, he estado bastante obsesionado (sin llegar a sufrir un trastorno mental) con mejorar un físico que a mí entender no era el apropiado para mí. Lo tenía muy claro: ¡yo quería estar cachas! Y al no estarlo (o al menos al no estarlo al nivel que mi mente me decía) y al compararme con otros habituales del gimnasio, sufría muchísimo.
Una pregunta clave: ¿para qué?
Es posible que tú, que me estás leyendo, te identifiques con esta historia que he contado. También es posible que sí hayas conseguido ese físico que buscabas y que te sientas satisfecho. Otra posibilidad es que, en lugar de delgado, en tu caso estuvieses gordo y el gimnasio te haya ayudado a adelgazar y alcanzar ese cuerpo de tus sueños. Las opciones son muchísimas.
Lo que quiero es que te hagas una serie de preguntas que te va an llevar a reflexionar:
¿PARA QUÉ ESTÁS YENDO AL GIMNASIO?
¿PARA QUÉ QUIERES TENER UN TIPO DE FÍSICO DETERMINADO?
¿PARA QUÉ HACES DIETA?
Como puedes comprobar, no te estoy preguntando por qué (los motivos), sino que te estoy preguntando el para qué (los objetivos). Muchas veces tenemos claro cuáles son las causas que nos llevan a hacer algo, pero no tenemos ni idea de cuáles son las metas que queremos conseguir con ello. De ahí, la importancia que te preguntes el para qué.
En el caso de ir al gimnasio, ¿lo haces para encajar en la sociedad y el entorno donde te mueves? ¿Para ligar? ¿Para cubrir carencias en tu autoestima? ¿Para sentirte superior al resto? ¿Para tener una mejor salud? ¿Para estar más ágil? ¿Para pasarlo bien? ¿Para socializar? ¿Un compendio de varias?
Sea cual sea tu objetivo, es completamente respetable. Pero lo que debes tener en cuenta es que si, como en mi caso, hay carencias de autoestima, es importante que, al mismo tiempo que vas al gimnasio, las trabajes para lograr ser feliz.
Sé consciente de que estás depositando tu felicidad en algo tan efímero y cambiante como tu aspecto físico. Si hoy te quieres únicamente porque tienes un tipo de cuerpo determinado, ¿qué pasará cuando envejezcas? ¿Qué ocurrirá si de pronto por cualquier circunstancia engordas o adelgazas? ¿Vas a dejar en manos de tu físico algo tan importante como es la felicidad?
Respeto y aceptación
Por ello, te recomiendo que inviertas tiempo en elevar tu autoestima y en aprender a quererte tal y como eres. En definitiva, a aceptarte con indiferencia de cómo sea tu cuerpo. Ojo, que aceptación no es lo mismo que resignación. Acéptate y al mismo tiempo sigue entrenando para cuidar tu físico, pero sin presión, sin sufrimiento, sin complejos, sin comparaciones.
Y, por supuesto, respeta al resto de personas que tienen un cuerpo diferente al tuyo. Por tener un físico concreto no estás por encima de nadie, no eres quien para discriminar, ni tienes derecho a obligar a nadie a que se ponga como tú. La diversidad también es esto.
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