A menudo siento envidia de lo que leo. No es envidia rabiosa; es envidia de admiración, de ganas de haber sido yo el autor de esos textos que me bebo y se cuelan hasta mi estomago. Porque allí es donde acaba lo que leemos, en el estómago. Para bien o para mal.
A ese sentimiento suele unirse la impaciencia, las ganas de tener una historia entre manos para moldearla a golpe de tecla. Una historia que me haga sentir tan satisfecho como la forjada en ‘La muerte no huele a nada’.
La impaciencia, mi gran enemiga, lejos de ayudarme a escribir, me bloquea. A mí e imagino que a muchos de los que se dedican a las letras. Y me desespero. Tanto que me dan ganas de estrellar el portátil contra la pared. A ratos no puedo evitarlo…
Entonces no hay nada como detenerse un instante, respirar, sonreír aunque no se tenga especial gana de ello, pasarse por los cojones las presiones propias y ajenas y, sobre todo, recordar que para tener de nuevo una buena historia entre manos no hay nada como vivir con muchas ganas y con el ojo bien abierto ante lo que ocurre alrededor.
Y ya llegará lo que tenga que llegar. Porque al final, siempre acaba llegando.
Nota: Puedes votar a ‘La muerte no huele a nada’ en Premios Shangay, como mejor libro LGTB del año, en este enlace.
Que la inspiración te encuentre trabajando… Y no desesperes, que las historias habitan en ti y en lo que te rodea. Ten los ojos bien abiertos y el corazón dispuesto y ya lo verás.
Pues que lo veamos pronto… 🙂
¡Paciencia, Javi! Y abre bien los ojos, a veces las mejores historias se nos escapan por no estar atentos, a mí me pasa 🙂
Ay querida Patch. Me has dado tanta felicidad con tu post sobre los cereales con sabor a nada… 🙂