La mayoría de los gais hemos sido niños víctimas de bullying homófobo. O lo que es lo mismo, se han metido con nosotros desde edad bien temprana por nuestra orientación sexual, ya fuera en el colegio, en el instituto o en el barrio. Insultos, golpes, bromas que solo le hacían gracia a quienes las proferían… El acoso conoce muchas formas y ninguna es agradable para la víctima.
¿Pues sabes? Ese niño que tanto sufrió de pequeño sigue estando dentro de ti.
Es el mismo que se sigue asustando cada vez que escuchas la palabra maricón.
El mismo que aligera el paso o cambia su camino cada vez que te cruzas con un grupo de malotes.
El mismo que se incomoda cuando alguien se ríe delante de ti sin contarte de qué lo hace.
Ese niño sigue ahí y aún necesita lo mismo que cuando eras pequeño: amor, comprensión, paciencia, seguridad. Entonces, estas cosas las requerías de tus padres, de tus profesores, de tus hermanos y primos mayores. Tal vez las recibiste, tal vez no. En cambio, ahora eres tú mismo, el tú adulto, quien puede cubrir estas necesidades de tu niño interior. Porque hoy, tú eres ese adulto de referencia.
Mi historia personal
Permíteme que te cuente mi propia historia. Nací en 1981, en Linares (Jaén) y fui víctima de bullying homófobo. Desde bien pequeño, se metieron conmigo en el colegio y en la calle por ser gay. De hecho, lo hacían desde mucho antes de que yo mismo tuviera constancia de mi orientación sexual. Sorprendentemente, los demás lo tenían más claro que yo.
El acoso que recibí fue principalmente verbal. Jamás me pegaron. Puede que algún pescozón en alguna ocasión, pero poco más. Lo mío era llamarme mariquita, maricón, bujarra… Es curioso como en según qué casos, los niños pueden llegar a enriquecer su léxico con multitud de sinónimos.
Además de gay, yo era uno de los empollones de la clase y tenía unas orejas de soplillo que, aunque sirvieron para que también me insultaran llamándome Dumbo, no me ayudaron a salir volando de allí.
La situación nunca llegó a ser extrema. Me refiero a que nunca consideré el suicidio como una salida para lo que está viviendo. Pero eso no quita que sufriera. Lo hice y mucho.
Más allá de los insultos, que dolían, claro que dolían, el mayor sufrimiento lo provocaba mi incomprensión. ¿Por no jugar al fútbol me merecía todo eso? ¿Por preferir jugar con las niñas me merecía todo eso? ¿Por tener pluma merecía todo eso?
Pocas veces lo hablé con mis padres y hermanas, creo que por vergüenza. Pero cuando lo hice, recibí siempre su apoyo. Conté también con amigos y amigas, muy grandes, que también me apoyaron y estuvieron ahí conmigo. Afortunadamente, jamás viví el exilio social por completo, como sí ocurre en otros muchos casos.
Lidié con aquello como pude. Pasados los años, hoy creo que lo hice lo mejor posible dada mi capacidad en aquel momento. Pero aun así, la homofobia me dejó unas secuelas psicológicas en las que llevo trabajando desde hace años y en las que seguiré trabajando hasta el último día de mi vida. Básicamente, porque mi felicidad es mi máxima prioridad.
Os presento a mi niño interior
Recuerdo perfectamente el momento en el que me hicieron esta foto. Era Nochevieja. El entonces marido de mi hermana tenía una cámara réflex que se había comprado hacía poco.
Alguien tiró confetti ante mí y él hizo click.
Imaginaba que, por la calidad de la cámara, aquella foto iba a ser un fotón. Y no. Cuando la vi revelada me encontré frente a frente con lo peor de mí. Pluma, orejas, fealdad… Me vi el niño más horrible del mundo. Aquella foto representaba todo lo que odiaba de mí mismo. Fui incapaz de ver la belleza que allí había.
Cuando hice mi primer proceso de Coaching, allá por el año 2010, mi coach me habló del dolor que seguía sufriendo mi niño interior y me preguntó si tenía alguna foto con la que pudiéramos trabajar. A pesar de llevar años sin verla, mi mente se fue de inmediato a esta que aquí comparto.
He llorado mucho viendo esta foto. He odiado mucho al niño que aparece en ella. Años después seguía culpándole a él por todo el acoso que había recibido. En lugar de compadecerme de él, de verle con cariño, de reconocerle su valentía por afrontar la situación, le estaba culpando por esa pluma, por no haberle gustado el fútbol, por no haber sido como los demás.
Había convertido a la víctima en verdugo.
¿Qué hice entonces? Como parte de mi proceso de Coaching empecé a realizar un ejercicio diario para trabajar con mi niño interior, para ir poco a poco reconciliándome con él y sanando el sufrimiento que aún tenía. No fue un proceso corto, pero sí empecé a notar cambios desde los primeros días.
Conseguí amar a este niño de la foto, hasta tal punto que me hace muy feliz compartirla hoy aquí. Y amándole a él logré empezar a amarme a mí mismo. Con mis luces y con mis sombras. Con mi pluma y con mis orejas de soplillo. Orgulloso de ser maricón.
Un ejercicio para trabajar con tu niño interior
Hay muchos ejercicios que se pueden utilizar para conectar con tu niño interior, pero en esta ocasión te voy a contar el que me funcionó a mí. Selecciona aquella foto de tu infancia (puede ser una o varias) que te resuene, que te inquiete de algún modo, y ponla en tu mesita de noche. Cada día, antes de dormir, dedica unos minutos a observarla. Fíjate en los detalles del niño: el rostro, el cuerpo, la ropa, dónde está, qué está haciendo, etc. Hazlo sin juzgar. Solo observa al niño que hay.
Reconoce al mismo tiempo qué te hace sentir. ¿Te incomoda? ¿Te entristece? ¿Te duele? Tampoco juzgues tus emociones. Limítate a vivirlas sin calificarlas de ninguna manera. Si no sientes nada, tampoco le des importancia. Vive el momento sin juicios.
A continuación, pregúntale qué tal está, qué necesita para ser feliz, y escucha lo que el niño de la foto tenga que decirte. (Evidentemente, esta conversación se va a producir en tu mente. Si la foto te habla de verdad, sal corriendo por si acaso ?).
Sea cual sea su respuesta, respóndele con amor, con comprensión, con aceptación. Dile que estás aquí para ayudarle, para protegerle, para hacerle feliz. Dile que es pura belleza, valentía, que vale muchísimo y que va a conseguir grandes cosas en esta vida.
Dale también las gracias por todo lo bueno que te ha dado y pídele perdón por haberle tenido olvidado durante tanto tiempo.
Dile que le quieres.
Repite este ejercicio cada noche y verás como poco a poco la relación con tu niño interior va sanando.
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